Soy una histérica, lo reconozco.
A mediados de enero la hija de una buena amiga cumplió su
primer añito y aquí, los titos postizos, nos fuimos a comprarle unos taburetes
de IKEA para que la manitas de su mami le construyera una trona de aprendizaje
(mi intención es probarla, así que supongo que más adelante hablaremos de ello,
aunque falta mucho aún y es posible que no me acuerde, pero mi amiga está
encantadísima de la vida). Lo recuerdo bien; era un viernes y cuando mi marido
llegó de trabajar me recogió y nos fuimos a comer a un restaurante que hay al
lado. Al subirme al coche noté olor a sudor y él se extrañó porque acababa de
rociarse de colonia. También olía a ajo. No le dimos más importancia hasta que
en el restaurante trajeron mi plataco de hamburguesa con champiñones y queso
fundido, lo probé y no pude comer un solo bocado más. Era una hamburguesa de
súper vaca con extracto concentrado de vaca y sabía como si tuviera todo el
establo metido en el plato y olía igual de fuerte. ALERTA. Eso me lo comía yo
como Augustus Gloop se come el chocolate Wonka. Entonces recordé que esa semana
había tenido bastante dolor de barriga (como cuando te viene la regla) y que el
campo de al lado de donde trabajo lo habían estado regando con cosas de campo y
un día casi vomito del asco. La cuestión es que nunca me ha molestado en exceso
el olor a granja, arrugo la nariz como cualquiera, pero nada más. Dijimos,
luego compramos un predictor, por si. Hicimos las compras, pasamos por la
farmacia y a casa.
En el envase dice, y se recomienda, que se use la primera
orina de la mañana, ya que está más concentrada y es más fácil detectar la
hormona del embarazo. Mi marido se fue a trabajar y yo me levanté a eso de las
10 de la mañana; cogí un vaso, fui al baño, mojé la tirita como quien moja la
galleta del desayuno y lo dejé ahí encima de la repisita. Yo estaba convencida
de que el test saldría negativo, de hecho aún no me tocaba la regla porque mis
ciclos eran súper irregulares y oscilaban entre los 43 – 45 días, así que imaginaos
mi sorpresa cuando aún no me había ni secado el culo cuando miré la repisa y vi
que se estaba empezando a marcar una segunda línea. Me da vergüenza
reconocerlo, pero me puse a gritar. Llamé a mi marido gritando, le pasé una
foto a unas amigas, una me llamó y le contesté gritando; yo creo que me toca la
lotería y grito menos. En una palabra: euforia. Faltaban como 2 meses para que
hiciera 2 años que estábamos intentándolo y lo habíamos conseguido, no hace
falta que diga nada más.
Pero esa noche la pasé fatal con calambres y pinchazos
en el vientre. No cosquillitas, no; unos dolores intensos que duraban varios
segundos. Tenía la sensación de que en cualquier momento me iba a venir la
regla, así que al día siguiente nos plantamos en urgencias, en el hospital,
porque yo no sabía si ese dolor era normal y de verdad que me preocupé
muchísimo, pero se dieron bastante prisa y apenas tuve que esperar. Debía haber
alguien pariendo, porque la sala de espera estaba llena de gente que no paraba
de mirar el teléfono.
Ecografía de 4 semanas (aprox). |
Me hicieron entrar sola, se interesaron por mí, me tranquilizaron y me hicieron una ecografía. La doctora me preguntó cuándo había sido mi última regla y si mis ciclos eran regulares mientras enseñaba algo a la enfermera que la estaba acompañando. Giró la pantalla del ecógrafo y me dijo “mira, ahí está el embrión; mide 4mm y para el tiempo que calculo que tiene es muy pequeño, además de que no hay actividad cardíaca. Pide una eco de control en dos semanas, puede ser que estés de menos, parece que está bien agarrado, pero consulta con tu comadrona.” ¿Y el dolor? Completamente normal, no es otra cosa que la matriz expandiéndose y es el mismo dolor de regla porque es el mismo órgano el que sufre y solo puede doler de una manera.
Ese mismo lunes pedí hora y me la dieron para el día
siguiente. Cuál fue mi sorpresa cuando, al comentarle mi visita al hospital del
día anterior y revisar la ecografía y el informe, la comadrona me dijo “mira,
te lo voy a decir lo más claro que pueda; es duro, pero es mejor así: no sabemos
qué hay ahí. Puede ser un embrión de menos semanas, o puede ser un huevo huero.
Y un huevo huero no es nada. Tienes una eco en 14 días.”
Lo primero que hice al llegar a casa fue googlear el dichoso
huevo. Busqué ecografías para ver cómo se veía para comparar con la mía, busqué
información, cuánto tiempo lo puedes tener antes de expulsarlo, qué pasa si no
lo expulsas, qué síntomas da... y lo peor es que es exactamente lo mismo que un
embarazo normal, solo que sobre los 2 meses se desprende solo. Da los mismos
síntomas, desde el positivo en el test hasta las náuseas. Me obsesioné, lo
reconozco, más cuando leí que es muy común.
Esas dos semanas me parecieron dos meses y cuando llegamos a
la consulta estaba tan nerviosa que me meaba encima. Me tomaron la tensión y
estaba por las nubes, pero cuando le comenté el caso a la obstetra en seguida
fue por faena, a la caza del latido por así decirlo. Me enchufó el ecógrafo y
ahí estaba, una bolita de un centímetro y medio cuyo corazón empezó a retumbar
en mis oídos. Que se joda Mozart, Beethoven y Shakira, el sonido perfecto está
en ese corazón diminuto. Ni mil eunucos cantando filigranas podrían haberme
hecho apartar la vista y mi atención de ese gráfico acompasado y a doble bombo,
¡qué marcha!
Ecografía de control. ¡El cambio que hizo en dos semanas es brutal! |
Y la tensión volvió a su nivel normal. En un mes, ecografía
del primer trimestre.
¡Yuhu!
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